Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

31 marzo 2014

Coplas de la Aurora de Castro del Río (años 30).



     José Algíbez Nuín, un profesor de la Banda Municipal de Música de Córdoba y agregado como docente a la plantilla de su Conservatorio desde finales de los años veinte, concurre en 1945 al concurso para la formación del “Cancionero popular español”, convocado por el Instituto Superior de Musicología (CSIC).
     El trabajo que presenta, y que resulta finalmente premiado con un accésit de 300 pesetas, llevaba por título “Cancionero musical de provincia de Córdoba (1886-1936)”, y es fruto del trabajo de campo desplegado por este musicólogo cordobés con anterioridad a la guerra civil.
     El original, que se conserva entre los fondos del Instituto Milá i Fontanals de Barcelona, consta de una carpeta que contiene hojas sueltas mecanografiadas y papel pautado de varios tamaños con las melodías manuscritas. También incluye correspondencia de José Algíbez con Higinio Anglès, Francisco Blanco Nájera, Blas Infante, Eduardo Torner, Conrado del Campo y Joaquín Turina.
    El autor recopila diferentes formas de música popular (canciones infantiles, de corro, cantos y bailes, villancicos, pasacalles o las tradicionales coplas de la aurora) recogidas de entre diversas poblaciones de la geografía provincial, para lo que pudo contar con la inestimable y desinteresada colaboración de amigos y músicos locales.
    Se aprecia cierto vacío con respecto a otras manifestaciones musicales, que según carta dirigida al Director del Instituto Español de Musicología, promete corregir en un futuro inmediato:

    “Tan pronto como termine el concurso y si Vd. me autoriza, le escribiré para proponerles la realización de ciertos trabajos folklóricos anónimos que se interpretan en varios pueblos de esta provincia en las operaciones de la recogida de la aceituna y por Semana Santa, muy interesantes y dignas de recogerse, pues aunque resulte ingrata y desagradecida la labor a la que me lleva mi afición, estoy encariñado con ella y dispuesto a trabajar para poder ofrecer al erudito y al compositor, un camino en el que se puedan desarrollar, y sobre todo aclarar, tantas lagunas como existen en la música popular andaluza”.

    Tiene especial interés en lo referente a los Cantos de la Aurora o Campanilleros, ya que se recogen letras y músicas de los municipios cordobeses en los que pervivía aquella tradición introducida por frailes misioneros a finales del siglo XVII, caso de Cabra, Carcabuey, Priego, Lucena y Castro del Río, que permite a los estudiosos en la materia seguir su evolución y hacer las oportunas comparaciones.

Miradas del Guadajoz - 2010

    La partitura musical de la cabecera se corresponde con las anónimas notas musicales, transcritas por el autor, pertenecientes a de la Aurora de Castro del RíoEl investigador escribe en dos folios sueltos mecanografiados la siguiente introducción:


"Canto de la Aurora" (Castro del Río)

      
He aquí otro documento folklórico del cual no es posible aportar datos ni noticias algunas, debido a que no existen referencias ni escritos que nos digan quien era el autor, ni si este era natural de Castro del Rio, o si dicha canción fue traída exprofeso para conmemorar a la Virgen de la Aurora, en la procesión que anualmente se celebra en la madrugada del día 8 de diciembre. A continuación transcribimos la referencia que hemos recogido en dicho pueblo, por distintos y autorizados conductos.
     Los ejecutantes salen de madrugada y recorren el pueblo hasta llegar a la ermita de la Madre de Dios, donde se celebra la misa, la cual se termina antes de salir el sol. Los hermanos sin hacer caso de la hora ni del tiempo, se levantan para asistir a la misa como prueba la siguiente copla:

Los Hermanos de la Bella Aurora
por calles y plazas
salen a reunir
No le temen ni al frio ni al agua
ni a la mala noche
ni a lo por venir.

     Siguiendo el testimonio de las referencias, antiguamente la parte musical se cantaba acompañada de violines, guitarras, bandurrias, campanitas o triángulos, y desde tiempo inmemorial viene ejecutándose con violines, flautas, clarinete, trombón, bajo de metal y campanitas.
     La transcripción está hecha como se ejecuta hoy en día, probando que sucesivos gustos han introducido modificaciones, viniendo a demostrar nuestra aseveración del cambio que sufren los testimonios populares al transcurrir el tiempo.
     La composición tiene diversas letras, pero nosotros copiamos la que generalmente se viene cantando desde antaño:

Es María mejor que la luna
y que las estrellas
y mejor que el Sol
y mejor que los ángeles todos
en una palabra,
la Madre de Dios.
Hermoso farol, hermoso farol.
Que tus luces iluminan el cielo
y bajan al suelo
a dar resplandor.
Un devoto para ir al Rosario
por una ventana
se quiso arrojar
y la Virgen María le dijo:
detente devoto
por la puerta sal.
Esto es de admirar, esto es de admirar
de la cama salen presurosos
y al Santo Rosario
se van a rezar.

     Esta misma canción se canta en los pueblos de Baena y Lucena (Córdoba). Por la referencia que tenemos en el primero de los citados pueblos se canta en forma parecida a la de Castro del Rio. Respecto a Lucena, el texto musical es parecido al de Castro del Rio, si bien hay que señalar la de voces a solo, tomando la forma de orfeón, lo que le da más interés.

29 marzo 2014

MAGISTER IGNOTUS DE CASTRO DEL RÍO



     Durante los años finales de la tercera década del siglo XX aparecen publicados en la prensa cordobesa, así como en otras publicaciones de carácter nacional, numerosos artículos relacionados con la educación y la pedagogía, firmados por un misterioso “Magister Ignostus” desde Castro del Río (Córdoba).
    Movidos por la curiosidad, dimos los pasos oportunos a fin de intentar desvelar la identidad de quién, tanto por su seudónimo como por la temática de sus trabajos, debía de tratarse de un vocacional y entusiasta profesional de la educación.
    Despejada la incógnita, pudimos comprobar que detrás del mismo se encontraba un joven maestro de escuela, de nacionalidad venezolana, llamado Rafael Olivares Figueroa (1893-1972).

    En el curso académico 1927/28 es destinado a Castro del Río para hacerse cargo de la cuarta escuela elemental de niños. Llegó desde el pueblo toledano de Corral de Almaguer, su primer destino desde que ganara las oposiciones en el año 1924. Permanece entre la nómina de maestros de Castro del Río hasta 1932, en que se traslada al municipio sevillano Fuentes de Andalucía.

Anuario 1932

    En 1934, por concurso oposición, accede a una plaza en la escuela graduada de niños aneja a la Escuela Normal de Maestros de Córdoba.
    Se trata de un verdadero apasionado de la pedagogía. Durante el tiempo que permaneció en Castro del Río, aparte de volcarse en cuerpo y alma en su misión educativa, y de prodigarse con la pluma, obtuvo algunos permisos y licencias que le permitieron ampliar su formación con cursos impartidos en la capital de España: escuela de Puericultura de Madrid (1929), curso de “Rítmica aplicada a la educación” (1929),  curso en la escuela de sordomudos (1930).
    En mayo de 1929, enmarcada dentro de los actos organizados por la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba con motivo de la Exposición Iberoamericana, por su origen y vasta formación, pronuncia una conferencia bajo el título de “La raza y la cultura precolombina”.
    Pronto se decanta por otros temas, la poesía, que ya venía cultivando desde joven, el estudio del folklore y el de las costumbres populares. Por esta época son innumerables los artículos y reportajes periodísticos publicados con la firma de Rafael N. Olivares.
     En 1933, en la colección Cuadernos de Cultura, publicó un opúsculo sobre la psicología infantil que tituló El estudio del niño y sus aplicaciones, dedicado al ilustre pedagogo Antonio Gil Muñiz.


    En 1934, fruto de sus constantes inquietudes, sale al mercado otro libro: “Poesía infantil recitable” M. Aguilar editor, Madrid, “antología dirigida a padres y maestros, y, en general, a los educadores que han de llevar estas poesías a los niños”. Comparte el mérito con el inspector de educación, escritor y crítico literario José Luis Sánchez Trincado. Una rigurosa selección de poesía “para que los niños la digan como si fuera suya” (Salvador Rueda, Manuel y Antonio Machado, Rubén Darío, Fernando Villalón, Miguel de Unamuno, Gabriela Mistral, Altolaguirre, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Rafael Alberti…)
     Su amor por la poesía y la educación se funden nuevamente en otra de sus obras: “La invención poética en el niño”. Córdoba. Tipografía artística.1935. Un folleto de 24 páginas, en el que se recoge la comunicación leída en sesión ordinaria de la Real Academia de Córdoba, de la que llegó a ser miembro correspondiente. Juicio crítico acerca de la poetisa chilena de 9 años Alicia Venturino Lardé, con motivo de una visita que ésta hizo a Córdoba en compañía de sus padres.

    Este auténtico profesional de la enseñanza se prodigará como conferenciante por toda la geografía andaluza, como animador de la vida cultural de la capital cordobesa, como promotor y organizador de concursos provinciales de recitación poética infantil y desde las emisiones radiofónicas infantiles de la cadena E.A.J. 24. que dirigía personalmente.


     A finales de 1935, el joven poeta cordobés José María Alvariño publica su libro de poemas titulado “Canciones Morenas”, prologado por”el culto maestro y académico” R. Olivares Figueroa.
     En la primavera de 1936 un grupo de poetas y literatos cordobeses se aglutinan en torno a la revista literaria Ardor. Su nombre aparece entre los editores al lado de su compañero de la escuela Aneja de la Normal y amigo, Juan Bernier Luque. El grupo de Ardor se reunía para leer sus poemas en torno a una copa de vino y unos discos de música (iban a oírla a casa del profesor don Carlos López de Rozas y la gente le llamaba a aquello "la academia de la Gramola").
    El golpe de estado del 18 de julio de 1936 impide la continuidad del proyecto editorial y frustra las inquietudes del grupo poético. Ante los horrores, inestabilidad e incertidumbre que genera cualquier conflicto, nuestro protagonista optaría por regresar a su patria.

    En su país seguiría enseñando y cultivando la poesía: “Sueños de arena” (1937)  o “Teoría de la niebla” (1938), aunque hacía donde orientó su labor fue, mayormente, en la recopilación de cuentos, poemas, coplas, adivinanzas, bailes, diversiones y fiestas tradicionales de Venezuela, que divulgó a través de libros y revistas. Sus publicaciones son numerosas.


     Desde 1975, un liceo o instituto de la ciudad venezolana de Santa Teresa de Tuy  lleva el nombre de este poeta, folklorista y docente caraqueño, formado en España, y tan ligado durante una etapa de su vida al municipio de Castro del Río y a la provincia de Córdoba.
    De su producción periodística nos hemos sentido especialmente atraídos por un reportaje, que bajo el título de “Cortijos cordobeses”, apareció publicado por primera vez en la revista gráfica malagueña la Unión Ilustrada (1930), residiendo aún en la villa de Castro del Río, por lo que el cortijo donde se desarrolla la acción, bien pudiera tratarse de alguno de los numerosos que jalonaban su vasto y feraz termino municipal. Lleva acompañamiento fotográfico, que, aunque de escasa calidad, incluiremos por considerarlo valioso desde el punto de vista antropológico.

“Cortijos cordobeses”




LA HORA DEL GAZPACHO

-           ¡Alabado sea Dios!
-           Sea por siempre, responden en la lejanía.
     Pronto se nos acerca un gañan.
-            ¿Son ustedes los periodistas?
-           Justamente.
-           Voy a avisar al “aperaor”. Está en el “aforí”. Nada tarda.
     Dos minutos más tarde el aperador está con nosotros.
-         Pa servirles, señores.-Llegan a buena hora. ¿Quieren un poco de gazpacho?
     En efecto: agrupados en torno a una larga mesa, los gañanes consumen el que hay contenido en unas “macetillas” de tierra; otros aplacan su ardiente sed con agua fresca de los cántaros.




    El gazpacho, la comida típica de los cortijos, compuesta por ajo macerado, sal vinagre y un poco de aceite, nos trae a la memoria la sopa negra de Esparta, aunque su color sea blanco lechoso.
    Una vez servido el gazpacho, los cortijeros pican y proyectan sobre él sendos panes, en densa granizada; pero nadie está autorizado a comerlo antes de las palabras rituales: ¡Caigan sobre los calderos. . ! ¡caigan! que deben pronunciarse en voz recia.
    Las listas de los manjares de los cortijos es bien corta y nunca hay más de un plato por sesión. Al amanecer las migas o el tomate con sal y aceite; a media mañana el gazpacho; comerse la puchera de tocino y garbanzos por la tarde y al anochecer otro gazpacho. Recientemente se ha agregado a la relación un nuevo plato de patatas fritas, no sin sus pintorescas discusiones, juergas y otros excesos; la carne la ven “en vivo”, según la ingeniosa expresión de un estimado amigo.

PANZAS Y TEMPOREROS

    El “aperaor” es el jefe del cortijo. Siguen en importancia el “casero”, que asume las funciones de encargado de la cocina, el “guarda”, el “pastor”, el “porquero”, el “vaquero” o “pensaor”, el “sota” y el “yegüero”. Como ejercen cargos de plantilla se les denomina los “panzas”. Otros destinos hay que sólo se conceden por temporadas, como el “erero” o celador de los trabajos de era.
    El personal movible forma la “gañanía”, que oscila entre 25 o 100 hombres, según las necesidades,  y efectúa las tareas diarias del cortijo, con arreglo a las instrucciones del aperador.
    Se alistan por “viajadas” de 10, 15 o 20 días. Durante las faenas de la recolección ganan cuatro pesetas y aún más; pero en las estaciones restantes, el jornal desciende a su tercio. Con las lluvias, se detienen las operaciones agrícolas y es frecuente que sean despedidos hasta que el tiempo cambie.
    En la época de la recolección de la aceituna, los gañanes se trasladan a los caseríos, en donde suelen ser mejor remunerados.
    La ausencia accidental del aperador suele solemnizarse en el cortijo con alguna pintoresca comilona. Como existen enormes piaras de pollos, patos, pavos y otras aves, un par de estas son condenadas a pena capital y consumidas por la congregación con gran regocijo; se suspenden momentáneamente todas las labores y la gañanía se entrega a la holganza y a la diversión, no siendo extraño que sean sorprendidos en su actitud por el aperador o los mismos amos, que al fin concluyen por sumarse al movimiento general.



VIDAS HERÓICAS

   Bajo el cálido azote del sol andaluz o ya hundido en el barro de la “besana” durante el invierno, los gañanes ven deslizarse su monótona existencia con la serenidad del estoico.
   Desconocedores de las comodidades ciudadanas, no las envidian. Nutridos de aires puros y de luz, les basta un sobrio refrigerio para reponerse de la fatiga física. Defiéndeles, como una cúpula, el ancho sombrero de palmas, guarnecido de tela; sobre el torso acerado, la recia blusa amarillenta deja caer sus pliegues anchurosos.
   Como los monjes, se levantan aún muy antes del día para comenzar los trabajos. Resuenan en la noche el pisar de las bestias de tiro y el rechinar de los arados, mientras el resplandor de la “cangarria” proyecta sus haces espaciadas y la “canga” dibuja surcos sobre la tierra.
   Al sol poniente buscan la “zahúrda”, el común dormitorio alfombrado con la clásica “torna” o disputan el tibio establo a yeguas y bueyes.
   Como no hay ociosidad en ellos, suelen carecer de vicios; sus distracciones, mezcla de ingenuidad y rudeza, se reducen a algún sencillo juego de naipes o ejercicios de fuerza bruta; también leen el libro o periódico que cae en sus manos, pues no todos son analfabetos.

TRADICIONES PERDIDAS

   Hasta hace varios lustros, los cortijos eran depositarios de una suma de costumbres típicas que se han ido perdiendo poco a poco. Nada tan pintoresco y divertido como el folklore especial, monástico y silvestre, incongruente y jovial, que apenas si queda en el recuerdo.
   Se despertaban los gañanes al “echarles el cristo “, que no era sino un pregón litúrgico y estimulante.
   “Levantaos, feligreses y poned los huesos de punta”, o bien:

“Despertad y levantaos,
hermanos en el Señor
que la alondra mañanera
ha cantado en el terrón”.

   Prácticas piadosas  urgían de mística paz todas las acciones y trabajos; un refranero copiosísimo brindaba la fórmula requerida para cada situación particular; todo estaba acordado, resuelto, establecido, sin que restase margen al espontaneo pensamiento. Así la vida rodaba, invariable, como un tornillo sin fin.

EL GANADO



    El “aperaor” no bien nos ha informado de todas estas cosas que, por mi cuenta, ahora te digo, lector ansioso, nos ha hecho visitar, una por una, las diferentes partes de la casa: el “tinao”, o departamento de los bueyes, el “aforí”, donde se depositan los granos, la “pajareta” o dormitorio de zagales, el “ahijaero” de los cerdos, etc, etc. ; nos han mostrado las máquinas de labranza, las labores, en plena actividad, la llegada de las carretas, atestadas de rubias mieses, los rebaños de cabras y ovejas, los asnos entrando en la “yegüeriza”…
    La prosperidad del cortijo depende del ganado en primer lugar, nos dice señalando una gran piara de toros y becerros que llegan en el instante. El labrador que prescinde de este recurso, muy pronto viene a la ruina, ya que los animales, a más de su trabajo rinden el beneficio de sus crías, la leche y el queso, la lana, los huevos, etc, etc., según la especie y compensan la penuria de los malos años.


RECUERDOS DE BANDOLERISMO


   A la hora del cigarro nos ponemos a descansar bajo la sombra de una antigua casa cortijera. Uno de los presentes evoca el recuerdo de aquellos “generosos bandidos” que hicieron de la campiña y la sierra su campo de operaciones.
   Se habla de “Pacheco”, “El Jaco de Carteya”, “Pernales”, “El Vivillo”…
   En los cortijos se les amparaba y proveía de dinero y víveres, ya por simpatía, ya por miedo, dándose el caso de que se les ofreciera más de lo que pedían.
   Cuando “El Vivillo” llegó a “El Blanquillo”, el propietario, lejos de denunciarle, le llevó vino, jamón y otros comestibles. Le ofreció su cortijo como refugio; más al ofrecerle unos billetes “El Vivillo” se negó a aceptarlos diciendo que le bastaba con lo que ya había hecho por él, asegurándole que el robo y los incendios no devastarían sus posesiones.
   La conversación se anima y todos quieren relatar algún caso histórico; pero ya comienza a anochecer y nos dirigimos al coche que ha de llevarnos de nuevo a Córdoba.
    Pasados unos segundos, nos internamos por la asfaltada y moderna pista. Comienza a levantarse un grato airecillo. En el cielo, profundamente azul, acaban de cuajarse algunas estrellas…

26 marzo 2014

Un ensayo zootécnico con perdigones en la villa de Espejo (Córdoba).



    El ojeo de perdiz es una modalidad de caza de origen relativamente reciente en nuestro pais. Nace a finales del siglo XIX, circunscrita, en un principio, al exclusivista y selecto ámbito del gran propietario de fincas rústicas. El interés que despertó en el rey Alfonso XIII, gran aficionado a todo tipo de cazas, contribuyó grandemente en su definitivo arraigo, al sumarse a la moda la vieja nobleza y las familias más importantes de la época.
    El espaldarazo definitivo se lo dio el dictador Francisco Franco. Durante el franquismo proliferan los cotos de caza por toda la geografía patria y las cacerías de perdigones al ojeo se convierten en bulliciosas competiciones por la obtención del mayor número posible de trofeos.
    Desde un primer momento chocaron los intereses de los cazadores de ojeo con los incondicionales seguidores del tradicional y popular reclamo. Surgieron pronto quejas de entre los primeros de que con el reclamo, por hallarse tan extendido y generalizado, se esquilmaban las poblaciones de pájaros.

    Durante las últimas décadas del XIX se dictaron  las primeras leyes restrictivas contra él. En el año 1902, coincidiendo con el fin de la Regencia de Mª Cristina y la llegada del monarca escopetero a la Jefatura del Estado, se promulga una nueva ley de caza que lesionaba seriamente los intereses de los amantes del tradicional arte de la caza de la perdiz con reclamo.

S.M. de perdices en Láchar (Granada) 
    Fueron numerosas las voces que inútilmente se alzaron en favor de la derogación de los artículos 18 y 19, finalmente aprobados, y en defensa de la “legítima estirpe y la práctica hidalga de la calumniada caza con reclamo”. A destacar, la tenaz campaña desplegada por el médico-cirujano linarense y entusiasta puestero, don Manuel Corral y Mairá, responsable de una columna periódica de “Charlas cinegéticas” en el diario La Correspondencia de España. 

(Leer artículo completo)

    Aprovechando el revuelo suscitado se publicaron dos libros con título casi idéntico: “La caza de la perdiz con reclamo” y “De la caza de la perdiz con reclamo”. El primero obra de un distinguido jefe militar de un cuerpo especial, ocultado tras un seudónimo algebraico (A + B). El autor del segundo, un cordobés, natural de Espejo, llamado Diego Pequeño y Muñoz Repiso (1839-1909).



    “Se ha propuesto el autor al dar a la estampa el libro con el que encabezamos estos renglones tratar en todos sus interesantes detalles tan sugestiva cacería a fin de que termine, de una vez y para siempre, la fatídica leyenda de la que se la rodea con menosprecio de la verdad, por ciertas gentes  atentas sólo a sus personales egoísmos.
     A esta ignorancia se ha debido, sin duda, el que en nuestro confiado Parlamento, hayan pasado los artículos 18 y 19 de la flamante ley de caza, y en verdad que el Sr. Pequeño triunfa en toda la línea pulverizándolos materialmente.
    Describe en 22 capítulos, de amena lectura, las costumbres de las perdices, su área geográfica de dispersión; la ley de la herencia, elección de pollos y maneras de conocerlos; higiene de los reclamos y cuidados que demandan; jaulas y jaulones para el desplume, precauciones para su conducción al cazadero; modo mejor de cazarlos; elección del sitio para los pollos, naturaleza y confección de estos, enfermedades, accidentes y en suma absolutamente todo cuanto de algún modo se relaciona con esta hermosa y placida cacería hasta en su más nimios detalles.
    Parece imposible que de un sport, al parecer tan sencillo, puedan escribirse más de 368 páginas sin decaer el interés y menos la doctrina. Los principiantes hallarán en este libro del Sr. Pequeño un guía seguro para imponerse en la caza con reclamo y los veteranos algo nuevo y bueno que aprender. ¡Como que en él ha trasladado el autor cuanto practico durante cincuenta años ininterrumpidos! ¡Como que es el fruto de la observación y la experiencia de un talento nada vulgar iluminado por vastísima y sólida instrucción!
    Esta obra es, sin disputa, la mejor y la más completa que se ha publicado sobre la caza de la perdiz, y puede figurar honrosamente en la copiosa biblioteca venatoria y cinegética del arte moderno, sin que en la clásica de cetrería haya ninguna otra con ella comparable”.

 (Entresacado de las numerosas y elogiosas críticas que le dispensó la prensa).

    El libro, prologado por el ex ministro de Hacienda don Juan Navarro Reverter e ilustrado con fotograbados, no salió de la imprenta hasta el año 1903.


    Don Diego Pequeño fue un ingeniero agrónomo que orientó su carrera profesional hacia el mundo de la docencia y la investigación. A la temprana edad de 30 años ganaba por oposición la cátedra de la asignatura de Industria rural de la Escuela General de Agricultura, con el tiempo, Instituto Agrícola de Alfonso XII, del que fue director durante buena parte de las décadas finales del XIX, exceptuando cortos periodos en los que se sintió atraído por la política. Con Antonio Cánovas del Castillo, al frente del consejo de ministros, fue designado para hacerse cargo sucesivamente de los gobiernos civiles de las provincias de Soria (1890-1891) y Albacete (1892).


Su naturaleza espejeña



   Era hijo de un médico, natural de Écija (Sevilla), llamado don José Pequeño Carmona, destinado a la villa de Espejo (Córdoba) en torno a los años 1836-1837, donde contrae matrimonio con una joven, a la que presuponemos natural de Montilla (hija de Diego Muñoz Repiso).
    Durante algo más de una década fue medico titular de la villa. Hombre de ideas progresistas, en 1840 sería expulsado temporalmente de la villa, acusado de haber participado en una expedición organizada a la vecina aldea de Santa Cruz para destrozar una vieja lápida realista.
  A mediados de siglo se traslada a la capital cordobesa, aunque mantuvo los vínculos con sus antiguos vecinos y amigos. Cuando en 1860 el pueblo de Espejo resulta invadido por el cólera, del que se creía libre por “su privilegiada situación topográfica, aires puros que respira y sencillez de sus costumbres”, pudo contar con su pericia profesional y abnegación personal:

    “Este entendido profesor y generoso amigo abandona a sus muchos hijos, su señora, su clientela médica y todas sus afecciones y se persona en el pueblo sin nuevo aviso, sin ajuste, sin otro deseo que ayudar a sus compañeros, aliviar las desgracias y salvar de las garras de la muerte esta porción de humanidad con quien le ligan antiguas y sinceras afecciones. Y allí, como facultativo experimentado, de acuerdo con los titulares informado de algunos medicamentos que han dado resultado en Córdoba, organizado el método y plan curativo conveniente, se lanza al peligro y visita ya acompañado ya solo a todos los enfermos, negándose a recibir honorario alguno”.
     La ciencia médica se topó con “el serio escollo de la pobreza y de una alimentación insana que afectaba a gran parte del vecindario, de un pueblo donde no se ha despalmado un área, porque apena las hay que no sean de señorío”.


     (Léase crónica completa remitida por el corresponsal en Espejo del Diario de Córdoba de 19 de diciembre de 1860).


    El padre de Diego debió de fallecer a temprana edad, dejando viuda y una numerosa descendencia. Pudo cursar estudios de ingeniería en Madrid, en parte, gracias a la ayuda que le prestó la Diputación Provincial de Córdoba que en 1860 lo incluye entre sus pensionados.
     
    Retomando la figura de don Diego Pequeño y Muñoz Repiso, diremos, que llegaría a adoctrinar a 35 promociones de Ingenieros Agrónomos desde su cátedra del Instituto Agrícola Alfonso XII. Entre sus trabajos ocupan un lugar preferente los relacionados con la industria oleícola y la vinicultura:

     Nociones acerca de la elaboración del aceite de olivas. Consta de 357 páginas en cuarto mayor y 21 grabados. 1ª edición de 1879. En este libro se ocupa del método de fabricación ideado por Juan Bautista Centurión, natural de Castro del Río (Córdoba).
    Cartilla vinícola. Obra premiada con el primer premio en concurso público abierto por el Ministerio de Fomento: con medalla de oro por la Sociedad Española Vitícola y Enológica; con diploma de honor en las Exposiciones Vitícolas y Agrícolas de Cariñena y Valladolid. Consta de 162 páginas, 8 láminas y 27 grabados. 1ª edición de 1888.
    Manual práctico acerca de la elaboración de los aceites de olivas. Obra premiada con el primer premio en concurso público abierto por la Asociación de Agricultores de España. Consta de 165 páginas en cuarto mayor y 27 grabados. 1ª ed. de 1898.
    Guía práctica del maestro bodeguero, publicada, bajo el seudónimo de Dr. Piccolo (1899).

    Como podrán comprobar, algunas de estas obras son de dominio público y se puede acceder a ellas a través de la Biblioteca Digital Hispánica de la BNE. Lamentablemente el libro de la caza de la perdiz con reclamo no se encuentra entre ellas. Existen varias ediciones recientes en papel. Sólo hemos podido alcanzar algunos de sus capítulos publicados, con anterioridad a su primera edición, en la revista El Progreso Agrícola y Pecuario, de la que fue habitual colaborador. 
   
El experimento zootécnico

Causas naturales que pueden influir en la bondad de los reclamos

Influencia de los progenitores

   “La ley zootécnica de la herencia, por lo que atañe á los pájaros de jaula, no está suficientemente demostrada, faltando datos que la corroboren; y es que no se han realizado, a la hora presente, los experimentos necesarios para establecerla. Sólo conocemos uno, que dio resultados negativos, á saber:
    En el Colegio de Educandas de Espejo (Córdoba) existe un extenso huerto cercado, y en él hace muchos años que dos entendidos jauleros acordaron soltar, para que procrearan, el perdigón más superior á la sazón allí existente  y la pájara mejor de la localidad.
    Tenía el macho cinco celos y era un hermoso animal, bien conformado, robusto, noble, valiente y que puesto en el tanganillo, echaba mano de todos aquellos recursos y filigranas que seducen á los cazadores de buena cepa; voz extensa, bien timbrada y emitida con facilidad suma: cuchicheo claro, cadencioso, de sugestiva modulación, que intercalaba siempre con sonoros besos y golpes de cañón; gran energía y tenacidad en el buscar; delicadeza extrema en el recibir, valiéndose para ello unas veces de la cantada hueca, oirás del titeo, sin olvidar ninguno de los variados recursos de los reclamos sobresalientes.
     La hembra, en su género, no le iba en zaga, ocupando dignamente el puesto á que se la destinó: de cuatro años de edad, pronta y gallarda en la salida, canto por alto extenso, que menudeaba en cuantos tollos se la hacían, cualquiera que fuese la hora en que se la cazaba, valiéndose para recibir de los embuchados y del cuchicheo y ahuecándose al divisar los machos; reunía, en suma, cuantos medios son menester para fascinar y enloquecer á los seductores.
    Tales eran, expuestas á grandes rasgos, las excepcionales condiciones que adornaban al futuro matrimonio, y excusado parece decir que las esperanzas de los buenos cazadores del pueblo estaban justificadísimas.



    Desde el día en que se soltó la feliz pareja, no se habló de otra cosa entre los devotos de San Eustaquio. Todos á porfía se disputaban ya la posesión de algún individuo de la futura prole, no faltando por ello sus disgustillos entre personas que siempre fueron excelentes amigos.
   Cuidóse el matrimonio con singular esmero y sin que nada le faltara en aquel frondoso y solitario huerto: esparcimiento, vegetación exuberante, maleza donde ocultarse, tranquilidad absoluta y alimentación suculenta y variada.
     La hembra hizo la postura bajo una gran mata de alcachofa, sacando catorce polluelos, tantos como el número de huevos. Durante el tiempo de la incubación, el macho cantó de continuo cerca del nido, pero no se le vio nunca enhuerar; más tarde compartió con la pájara los cuidados de la prole, á la que prodigó todo linaje de atenciones y caricias. Huevos duros machacados de gallina, hormigas enteras y algunos saltamontes fue la primera alimentación de la pollada, que se desarrolló admirablemente, sin otro menoscabo que la muerte de un perdigoncillo.
      Cuando comenzaron á vestir el ropaje propio de los pájaros adultos, cuando, según frase venatoria, estaban casi igualones, se enjaularon, sin que en este nuevo régimen de vida se desgraciara ninguno.
     Repartiéronse entre los amigos aficionados como pan bendito; se les cuidó con todo esmero, amansándoles cuanto fue posible, pues muchos de ellos, contra lo que era dado esperar, resultaron broncos.
     Como era natural, sus poseedores anhelaban la llegada del mes de Enero para ver confirmadas sus ilusiones, por más que los inteligentes comenzaban á abrigar algunas dudas en vista de las pruebas pocos halagüeñas que iban dando, toda vez que no parecían mostrar ni la valentía, ni la sangre, ni mucho menos la nobleza de sus progenitores.
     Resultado final: que de los seis machos y siete hembras, sólo una de éstas fue regular, los demás nulos, 6 poco menos, y eso que se les conservó hasta el tercer celo, con la esperanza siempre de que acaso despertaran de la especie de letargo en que yacían, reivindicando su noble abolengo.
    Aquí pues, y esta vez al menos, faltó lo que los zootécnicos denominan herencia individual de la sangre de los progenitores en sus descendientes. Claro es que para derogar esta ley zootécnica, por lo que hace a los reclamos de perdiz, no basta, ni mucho menos, con el resultado de un solo experimento, y opinamos que deben repetirse, pues es dudoso que aquellos procedimientos que en todas las especies zoológicas dan buenos resultados, fallen tratándose de las perdices enjauladas. En caso favorable podrían fundarse centros dedicados a la cría de pollitos para reclamos, proporcionando solaz y entretenimiento, a la par que ganancias seguras.
    Por lo demás, cabe sospechar si la domesticidad en que fueron engendrados y criados pudo contribuir a amenguar  aquellas energías naturales que bajo un régimen de libertad e independencia absoluta, habría, acaso, prevalecido. Nosotros nos inclinamos a admitir esta explicación a falta de otra mejor”.

    El siguiente capítulo, titulado "Influencia del medio ambiente" puede leerse pinchando aquí.


(Entrada relacionada: CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO)

23 marzo 2014

CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO



    Los orígenes de la caza de la perdiz deben de remontarse a los tiempos de la prehistoria. Los Iberos ya las cazaban con reclamos, utilizando para atraparlas una especie de lazo denominado “zalagarda”. Su técnica consistía en atraer a las perdices al lugar donde se instalaban los lazos con un reclamo amarrado a una estaca.

    Los pueblos que colonizaron Iberia, fenicios, cartagineses, griegos y romanos, también la practicaron. Existe constancia de mosaicos romanos con perdices enjauladas, aunque, tal vez, la representación iconográfica más remota en nuestro suelo sea la del “Cazador de perdices” perteneciente al conjunto escultórico del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén) de los siglos VI-V antes de Jc, que aparece en la cabecera


     Sin ser aficionado a ningún tipo de caza, a lo largo de mi vida he sido testigo de la incontrolada pasión que despierta esta afición entre algunas personas.
     Recuerdo con cariño las machaconas alusiones al perdigón de un peculiar personaje con el que compartí trabajo en un molino aceitero de Porcuna durante bastantes temporadas. Homónimo de un famoso cantaor de portentosa voz timbrada, la mayor ilusión de este buen hombre, la mayoría de las veces frustrada por necesidades de la empresa (transportista de orujo), era la de poder librar un día para entregarse al cuco en cuerpo y alma.
    Ya en otro ámbito laboral, conocí a un profesor interino que se vanagloriaba de haber dejado a la novia porque le ponía demasiadas cortapisas durante la temporada del celo de la perdiz. Este mismo hombre llegó a enamorarse del canto de un pájaro que vivía plácidamente encerrado en un soleado voladero confeccionado en los patios del instituto viejo de Porcuna. Después de los pertinentes tiras y aflojas con el dueño del plumífero, terminaría adquiriéndolo por una cantidad superior al sueldo medio mensual de un trabajador. Quiero recordar, que en lote iba incluida una vieja y decorativa escopeta de cartuchos. Automáticamente, durante el tiempo que permaneció a nuestro lado, quedó bautizado como “El Cuquillero”.
     En mis habituales paseos por las hemerotecas digitales me he topado con un curioso e ingenioso trabajo, firmado por un anónimo inspector veterinario del pequeño municipio granadino de Polopos, dado a la prensa a principios de la segunda década del siglo XX.
     El artículo tiene su gracia y desparpajo, y hasta resulta útil para hacernos una idea del arraigo e impacto que podía llegar a causar esta extendida afición en el medio rural andaluz. Curiosísima la exhaustiva relación de cantos y sonidos, de extraño nombre para los profanos, que concatena.

LA CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO


     La segunda quincena de enero pone en vigor el antiguo adagio de “Por San Antón caza el perdigón”, y en cada año es el toque de atención y llamada; y, con puntualidad militar, los jauleros forman grupo aparte dejando mancas las partidas de tresillo, billar, dominó, etc., sin tener, para los que hasta allí fueron compañeros y contertulios, una atenta excusa o un razonable pretexto. Truenan los desairados, exponen justas y persuasivas demandas, hasta que convencidos de que son estériles sus fundados argumentos para atraerles a la inutilizada reunión, y ofendidos por su proceder, les llaman maulas, embusteros, maletas y hasta traicioneros y asesinos. Todo inútil: para mí que no oyen lo que les dicen.




    Encelados, casi como los reclamos que ridículamente portean a la espalda, mañana y tarde, sólo atienden como refiere el afortunado que cobró alguna pieza, las peripecias del día; siendo y sirviendo a la charla de una y otra velada.
    El canto por alto o reclamo de cañón; el cuchicheo o dar al pie; la embuchada de recibo o canto e dormitorio; el piñoneo o besos; el grifeo de recibo o desafío; el titeo o invitación a comer; el enfado o regaño de silencio; el claqueo o acción fecundante; el maullido o suspiro; el pioleo, chirrido o levantar el campo; el ajeo, berreo o voceo; el guteo o placer de comer y tomar tierra; el indicar o sentir el campo, y por último, lo desesperante de aguilar y carraguear, rinrear o serrar con los saltos y mudanzas del tío Roque el bailaor. Refieren también, con toda minuciosidad, la parte concerniente de acercarse al campo, y se habla de las vueltas, de ahuecarse, escudos, adornos y las mil y mas filigranas que , tanto la perdiz del campo como la del tanganillo ponen en ejecución, bien que se troven cariñosamente o bien retándose a desafío o riña.
     Y este, como todo deporte, despierta el amor propio de manera notabilísima, dando lugar a polémicas, que degeneran algunas (pocas veces) en altercados, disputas y hasta que no pueda disimilarse la pícara envidia o perjudicial soberbia, en los consentidos y poco afortunados.
    Por fortuna, marzo se encarga de poner punto final a estas controversias, porque termina el celo; los adminículos de caza se abandonan en el último rincón de la casa; los pobres pájaros siguen prisioneros en su reducida celda, y al cuidado, en unos, de sirvientes o criadas; en otros, de cazadores de más modesta posición, que se imponen esta obligación a cambio de que les cedan después algún reclamo, y por último, se entregan a la barbería o a cualquier compadre.
     De una u otra forma, la higiene y alimentación son muy defectuosas para los desgraciados prisioneros, y así vemos que al llegar el mes de octubre, aquellos animalitos tienen la pluma sucia o rizada, y ojos y pico, enseñan el blanco pardo, señal inequívoca de su raquitismo y desmedro, siendo esta la causa de que al siguiente no respondan a la confianza y esperanzas que en ellos teníamos puestas.



     El autor, que aparentemente se nos muestra como detractor de este tipo de caza, remata con una serie de recomendaciones “producto de la atenta observación y larga práctica en el ejercicio veterinario”, que lo delatan como un experimentado y entusiasta puestero-criador:

    1ª  Los pollos para educarlos, se deben adquirir cogidos en el campo desde la primera quincena de agosto a la segunda de septiembre. Antes y después de esta época son, por lo general, defectuosos. Los domesticados desde que nacen en casa, salen muchos buenos, nunca superiores, y la mayoría son cantores en casa, propios para oficios de canario o jilguero, pero no para el campo. Durante el primero y segundo celo, únicamente se cazarán  desde el 30 de enero a 20 de febrero; después e esta época sacan resabios. Se tendrán separados de los reclamos maestros y con una hembra o pájara vieja.

    2ª  Los pájaros maestros no se cazarán en los bandos hasta que pasen de los siete celos, empleando los de poca música y buen recibo. El que tenga recibo defectuoso, se le darán sueltas en la noche y tierra húmeda, y si esto no sirve, se pondrá aparte con una hembra. Del mismo modo al que carece de salida y es flojo, se le pone separado con la pájara, pero no se le da tierra ni sueltas.

    3ª  Durante la muda, se les dará tierra cada tres días, con una mezcla de 20 partes de arena que no sea del mar, 75 de tierra y el resto de ceniza de vegetales, renovándola cada veinte días; se les dará agua de doce a dos, durante la canícula, y verde en todo tiempo, adicionándole un poco de alpiste o cañamones, prefiriendo el primero. No se entregarán al cuidado de nadie, a excepción de que sean muy peritos.

    Si cumplís estos requisitos, observareis sus ventajas, tendréis una economía de algunos cienos de pesetas, que los buenos aficionados gastáis todos los años, para ser engañados la mayoría de las veces, y sobre todo, no soportéis los desesperantes solos, gazpachos y esbozos de capote, que tanto os habrán  irritado y hecho sufrir a los que sois buenos aficionados. 
                            
                                                                                                                      A.J. R.

          Polopos Marzo de 1911.

     Sirva esta entrada ilustrativa como introducción para una nueva en la que nos detendremos en otro documento, de fecha cercana, que tiene por protagonista las tierras y habitantes del corazón de la campiña cordobesa, donde nos consta se halla bastante extendida la pasión por el pájaro perdiz.

          Nueva entrada: Un ensayo zootécnico con perdigones en la villa de Espejo (Córdoba).