Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

03 agosto 2013

EL ARMISTICIO DE LA CHIMORRA



    Durante el primer año de la Gran Guerra ocurrió un hecho inédito y sin precedentes en la historia de la humanidad. En el frente de Flandes (Belgica) los ejércitos en conflicto hicieron un improvisado alto al fuego para compartir juntos la navidad (Tregua de Navidad de 1914).

    El día de Nochebuena los soldados empezaron a depositar sus armas en el suelo. Los primeros valientes salen de sus trincheras, nadie dispara un tiro. En seguida otros siguen su ejemplo, pronto todos.
    Como primera medida se entierran conjuntamente los soldados muertos de ambos bandos, que se encuentran desde hace semanas en tierra de nadie. Todos cooperan y nadie se dispara. Estaba ocurriendo algo especial. Cuando oscurece, se iluminan unos abetos sobre los alambres de espino. Los enemigos de ayer cantan unidos canciones de navidad, cada uno en su idioma.
    Al día siguiente se intercambian regalos, se muestran fotos de sus familias, beben y comen en camaradería  e incluso juegan al fútbol.


      Estos hechos históricos sirvieron de inspiración al guionista y director de cine francés Chistian Carion para rodar una magnífica película bélica con un profundo mensaje pacifista: Joyeux Noël  (Feliz navidad 1914).

(Apresúrense a visionarla antes de que fulminen el enlace)

     En agosto de 1938, en plena guerra civil española, el libertario gaditano Miguel Pérez Cordón, que por su vasta cultura autodidacta debía de tener conocimiento de aquellos pretéritos milagros humanos, en las columnas del diario Cartagena Nueva (órgano de la Federación Comarcal de la CNT de Cartagena) escribe una narración retrospectiva en la que se reproduce una historia de similares características.
    La sitúa en  el Alto de La Chimorra, en el frente de Córdoba, muy posiblemente después de la famosa Batalla de Pozoblanco, cuando el frente queda estabilizado.
    Prescindiremos de la primera parte del artículo en la que el autor se reencuentra con Andrés, un viejo amigo gaditano, de quien emana el hilo narrativo. Andrés, que pudo escapar de su tierra al iniciarse la rebelión, es ahora sargento del Ejército Popular. Le va contando pormenorizadamente sus vicisitudes y las de su familia desde que se desencadenara el conflicto aquel fatídico 18 de julio de 1936.

Pérez Cordón con su compañera Maria Silva (La Libertaria)

    El artículo está redactado en Barracas (Castellón) en julio de 1938. Por estas fechas, Miguel Pérez Cordón, se hallaba incorporado a la 28 División del Ejercito de la República y hacía las funciones de corresponsal de guerra. Discernir, sin otras fuentes, lo que tiene de verídico el hecho narrado es tarea harto difícil. Pero como participa de ese mismo trasfondo pacifista y humanista de la historia anterior y pone, de camino, en evidencia el anacronismo de una guerra entre hermanos, no nos resistimos a reproducirlo.

El armisticio de La Chimorra


    Estábamos guarneciendo la posición La Chimorra, en el sector de Pozoblanco. Frente a nosotros, una posición guarnecida por civiles y falangistas. No podíamos ni asomar la cabeza por los parapetos. Siempre había tiroteos. De día y de noche. Nos tenían fritos. El vocabulario que empleábamos era de lo más soez. Nos escuchaban perfectamente. La distancia de una a otra posición no pasaba de los seiscientos  metros. Una madrugada calmó el tiroteo. Todo quedó en silencio. De pronto escuchamos una voz:
    -  ¡Camaradas! ¡Camaradas!
    -  Hijos de p… contestaron algunos soldados.
    -  Camaradas, camaradas, seguía la voz más suavemente.
    -  Falangistas, canallas civilones –repicaban los nuestros-.
    -  Somos soldados, somos soldados.
    -  ¿Habéis revelado a los otros?
    -  Si.
    -  ¿Queréis café?
    Se generalizó la conversación. Convinimos en que bajaran dos de ellos y dos nuestros a la vaguada.
    Cuando se juntaron los cuatro soldados se abrazaron. ¡Simbólico abrazo! Abrazo que duró unos minutos pues de pronto ocurrió algo inexplicable. Fue un sentimiento, un deseo en oleada que recorrió la trinchera y en el que me vi también envuelto a pesar de ser sargento. Los soldados de ambas posiciones salimos corriendo hacia el lugar donde se había sellado un pequeño armisticio y los cuatros soldados conversaban amigablemente.
    Y la vaguada, en un momento, antes siempre solitaria, cubierta de restos de proyectiles y muchos muertos de ambos bandos, que llevaban meses cara al sol, el agua y el viento , fue poblada de hombres que se abrazaban, reían, charlaban, hacíanse mil preguntas, se ofrecían tabaco, eran amigos, hermanos ..
    Yo ingenuamente pensaba que aquella acción representaba el fin de la guerra.
    De la vaguada salimos muy alegres y con un pacto: consistía éste en no tirotearnos y enterrar a la mañana siguiente todos los cadáveres que se encontraban esparcidos entre las dos líneas.
    Cuando ya regresábamos, escuché unas palabras autoritarias. Era un sargento faccioso. Amonestaba a un soldado que intentaba pasarse a nuestro lado.
    “Esto no lo permito.  Charlar, abrazarse, repartirse tabaco, lo que queráis, pero desertar no”.
   “Es que está mi hermano aquí. Mírelo. Salimos juntos de Sevilla” (replicaba el soldado).
    El sargento se lo llevó del brazo, Y su hermano, junto a mí, andaba y tristemente iba diciendo en voz baja: “A lo mejor mato a mi hermano cualquier día”.



    Enterramos los cadáveres. En grupos se reunían los soldados por las tardes en la vaguada famosa. Pero ya siempre vigilaban las ametralladoras. Aunque el pacto de no tirotearse se cumplió hasta que fueron relevados. No hubo ni una deserción. Quise haber conocido al capitán de aquella compañía, pero no pude lograrlo. Los soldaos le querían mucho. Se conoce que por encima de todo, en su corazón había mucha cantidad de sentimientos y de hidalguía liberal.
    El muchacho sevillano que estaba luchando de nuestra parte murió en el frente de Porcuna en el mes de mayo. ¿Lo mataría su hermano? …
    La interrogante queda suspendida en los labios de Andrés. Piensa seguramente en sus hermanos, ya posibles reclutas en la zona facciosa, en contra de los cuales algún día quizás también tenga que ordenar disparar o el mismo contra ellos, dispare.
    Nos despedimos en las proximidades de Barracas. Vino solamente a visitarme. A pie muchos kilómetros. Y se marcha el amigo, el amigo de la niñez hermanado en el dolor y la ausencia de los seres queridos. Nos abrazamos en una despedida que también es un lazo fraternal, tendida, no entre dos trincheras como en La Chimorra, sino entre el presente y el mañana vislumbrado por la niebla del humo de las bombas y los proyectiles que no lejos trepidan, convulsionan la tierra y ensucian el cielo.

                                                                                             M. P. CORDÓN  

4 comentarios:

  1. Genial articulo....transito mucho esa zona y mi mente se evade pensando en el sufrimiento de esos hombres aquellos lejanos días

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  2. Genial articulo....transito mucho esa zona y mi mente se evade pensando en el sufrimiento de esos hombres aquellos lejanos días

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  3. Muy interesante.

    Fernando José, tú que conoces la zona ¿sabes de la existencia de cuevas o abrigos en La Chimorra? Tengo referencias de algunas, pero no sé en que vertiente ni dónde ese encuentran. Estoy haciendo un estudio de cavidades de la zona Norte de Córdoba. Un saludo y gracias.

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  4. Genius, has podido enterarte de donde se encuentran los abrigos de la chimorra o trincheras, bunker o nidos de ametralladoras.

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